ELEMENTOS
SAGRADOS DE LA MATERIA
(extracto)
(extracto)
Elemento_2: Arden fetos en la ciudad
En los nuevos nacimientos del nuevo orden
de la nueva galaxia de la nueva manifestación de la religión del clítoris, un
cuerpo florece bajo del trópico de cáncer /y bajo el trópico del sida una mujer
grita porque de su vientre brotan soldados, tanques y aviones despedazando su
vagina y pidiendo amor a gritos / y bajo el trópico del ébola una anciana
guarda su bandera negra e incendia una bandera militar, y busca hierbas, y pisco
y coca mientras su corazón parcha / y bajo el trópico de la epilepsia, los
perros gritan consignas de amor en las avenidas Abancay, Wilson, Arequipa y
Tacna / y bajo el trópico del cólico menstrual, cincuenta travestis abortan rodeando
la plaza San Martín y de sus fetos brotan capitanes, coroneles y cabos de
infantería que predican nuevas formas de sexualizar en las escuelas / y bajo el
trópico de la neurosis, explota el primer cochebomba, los fetos dejaron ya su
placenta y desfilan en la parada de Julio alrededor de gentes con hermosos
penes sobre sus bocas, el presidente se inyecta heroína y no puede dejar de
tocarse el pene, el fuego inunda la ciudad como un aluvión de papas fritas,
segundo cochebomba, del Ministerio de la Mujer salen puros hombres con sus
correas en las manos y a las sirvientas les sangra el uniforme, tercer
cochebomba, se destroza el jirón Quilca, los borrachos explotan y de sus
órganos brotan canchita pop-corn, los vendedores de pulseras, pipas y ganya se
derriten en el fuego, aunque la mariguana les hace ver ángeles calientes
abrazándoles la espalda, cuarto cochebomba, los militares vienen corriendo
desde la Colmena, desde el Jirón de la Unión, desde Nicolás de Piérola,
vestidos de verde como los dinosaurios, los policías usan minifalda y andan
borrachos besando a los mendigos en sus bocas, el jirón Quilca es la nueva
áfrica el año cuatromil, el jirón Quilca es un valle de luz, es la apertura del
cielo desde donde empiezan a descender fetos de las estrellas con pistolas en
lugar de órganos genitales, y nos tapamos el rostro, personas decentes somos,
personas coquetas que le dicen sí a la puta guerra, sí a la puta noche, misiles
vengan a mi pecho y florézcanme orgasmos, tus manos blancas, tus manos grandes,
armonía, pelotón, destino, quinto cochebomba tu pene, sexto cochebomba tu
cuerpo flaco y drogado bailando bajo la lluvia, séptimo cochebomba, no hay más
guerra que la de los hombres hermosos conquistando a hombres hermosos, octavo
cochebomba, la misma anciana ha abandonado las banderas por los dildos, la
misma anciana muestra su concha como un tótem de música pagana, la misma
anciana seduce a los militares de la plaza san Martín y de ellos sólo hay
escalofríos y rosas. Noveno y décimo cochebomba, no hay más banderas ni
territorios, el fuego consume a los roedores y a los militares, la religión del
clítoris ha desaparecido junto al futuro incendiándose. No hay más religión. No
hay más militares, no hay más asfixias en tu corazón. Sólo las drogas aliviarán
nuestros ataques de los nervios, el asma, el pánico, los nervios / las alergias
a los bosques, la oscuridad, la desesperación, la hipocondría, el psicosoma, tu
mamá está lejos. Si no hay drogas, la ciudad no existe.
Sentado en el primer starbucks que encontré mientras intentaba
subsanar el tiempo que perdí buscando una señal de wi-fi, cuando me despidieron
medio día en el trabajo y tenía los pies helados y mi laptop se quedaba sin
batería y bebía un café amargo y mordía un emparedado vegetariano que no me
gustó, y tenía gripe.
Últimamente
me he sentido con barba y de ochenta años y sin una pisca de control y casi
enmarrocado primero por unos dedos y luego por unas trenzas y luego por el amor
y luego por el ahogo y luego por un policía golpeándome en la cabeza y luego
por la llegada de los ovnis siendo entrevistados en la televisión y mi ceguera
cada vez más prominente y el terrorismo del amor en plena caída de su imperio y
mi pene herido de guerra y la hoz y el martillo convertidos en el nuevo logo de
Starbucks, y los niños odiando la industria robótica y escribiendo nuevos
tratados de cómo jugar al balón. Vi las ventanas de mi cuarto siendo dibujadas
por un holograma y vi mi laptop solar quedándose sin batería porque afuera sólo
había nubes que despedían piedras y serruchos, y vi mi laptop quedándose sin
señal porque estaban colocando un nuevo techo al mundo sobre el techo de Sudamérica
que estaba sobre el techo del Perú que a su vez protegía el techo de Lima que
escondía al techo de Lince sobrepuesto sobre el techo de la avenida Canadá, y
yo estaba bajo el techo de mi cuadra bajo el techo de mi casa bajo el techo de
mi cuarto bajo el techo de mi paraguas bajo el techo de mis pelos largos y el
techo de mis piojos y el techo de las células enfermas enterradas en mi memoria
y en mi plato vacío y mi celular muerto y una piedra sosteniendo una pata de mi
cama y con la única luz tenue de la pantalla en donde escribo todas estas
quejas, mis ojos tienen vidrios y parecen ventanas laceradas por un arcabuz en
primavera.
Ya
casi no hay gente en StarBucks y me duele un poco la barriga.
Christian Bafomec
Christian Bafomec
La
guardiana del segundo círculo
La torre apunta hacia las diecinueve,
tersas neblinas púrpura
anuncian la propensión natural
de caer a los brazos de Venus.
Las persianas con el zig-zag
de las pantimedias se descorren
comienza el incesante “nock-nock”,
las sonrisas y los cuerpos
se mimetizan en la transparencia
de los cristales jadeantes.
Navegan por el Ámstel
luces,
tulipanes, noches;
amalgamadas
al olor del azufre
tiñendo
de rojo el ascético calzar.
Las súcubas cruzan las piernas
aprietan su sexo en hilos,
exponen sus labios,
a la miradas que se persignan
en cada centímetro de nalga.
(Bamboleo de caderas,
cosquilleo fálico,
abertura de ingle,
uña en las bocas,
lengua en la uretra,
espaldas de cisne,
vientres cóncavos,
orificios ocupados,
contracciones de pelvis,
lápiz labial en las tetillas,
senos asfixiándose,
colas,
colas,
colas,
colas cachetonas,
¡Salve Luzbel, dios de los caídos!)
Liliths camufladas en minúsculas lencerías
se agitan ante la efímera ósmosis
de billetes y presurosos dedos.
Una de ellas,
guardiana del segundo círculo,
atina a mi deseo camuflado
de alcohol y narcóticos,
extiende sus dedos capitales
(la tarifa cincuenta euros,
el precio del esperma
envuelto en el látex)
Franco Osorio
Franco Osorio
A los ocho años
A los dos años y medio
escuché que era mejor apagar la radio por la mañana
porque mi madre lloraba a esa hora el 11 de septiembre de 1973
A los tres años aprendí que la radio se escuchaba mejor en silencio
bajo la mesa desde un país lejano lleno de amigos chilenos
llamado Moscú
A los cuatro años
entendí que era un juego de grandes
apagar las luces
cuando los tanques pasaban por la calle,
pisando fuerte y moviendo las ampolletas
A los cinco años llegaban las postales de Francia
A los seis tomaba leche insípida de Caritas Chile
A los siete se cortaba el agua en verano,
en el festival de viña hablaban de los comunistas
y el Puma decía que
“a veces era mejor escuchar al pueblo”
A los ocho el mundo se descontroló
Se mareó
Enloqueció
Vomité
Corrí
Huí de mi nacimiento
Desaparecí desde mi jumper desde mi chomba azul
Me atrapé en un vestido
Me comí me quemé me torturé
me encerré de voluntaria en una pesadilla
en un experimento
en un vórtice
me caí de una escalera
me acuchillé la cara
me arrojé a una pira de brujas
de pedófilo de hienas
me arrojé a una trilladora
y salí convertida en un cubo de paja que fue enviado a un río
que lo arrastró a un mar con pasaje directo y sin retorno hacia el país
del desgobierno
allí hice fiestas
y arranqué los elementos de tortura a los expertos
me ofrecí de torturadora,
de asesina diosa omnipresente
llena de poderes
le quité los derechos a las niñas y a los niños
los usé de carpinteros para que levanten
el más grande templo de la historia
donde la leche y la miel corrían como ríos
la sangre era bebida en copas de oro
allí las mujeres más bellas esclavizaron a los hombres
y a las mujeres rudas.
Allí fui la reina
el dictador y la dictadora al mismo tiempo
me llené de fortuna
me apoderé de los peces,
de los glaciares,
hice mío el tiempo y la historia,
inventé una nueva leche materna capaz de transmitir la sumisión
a las nuevas generaciones
todos fueron como yo quise
durante muchas generaciones
los inmunes
fueron desterrados a planetas subterráneos
a convivir con las criaturas acostumbradas a la oscuridad
allí fueron domesticados
alimentados con mi leche de la sumisión
y cuando volvieron ellos fueron mis esclavos
y ellas fueron mis madres como la madre que se fue
cuando yo tuve ocho años.
Paola Andrade-Cantero
VIENTO EN EL BIOMBO DE CEREZOS
Tugurios del sol
Que no basta recorrer
Magnéticamente
Ni plasmáticamente como un ameba
Muelles de sangre
Mar de vinilo
Selva enmarañada
Eléctrica
Encerrada
Al acecho
Del borde
Abismo
De lo deshecho
Enroscada en sí misma
Como una
Ecuación
Sumergirse
En colores y aromas
Dejarse herir por los sonidos
Súbitamente
Una estela de guirnaldas
De estridente rocío es tu gesto
Un destello
Las miles de estrellas y delfines rosados
En el cielo de Neptuno el místico
Suite del desierto
Flores del desierto
Corrientes submarinas inconscientes
Forman parte de la gran Conciencia
Cuya única palabra es
El horizonte del mar
De todo esto sólo quedará
El recuerdo del recuerdo de mi voz
Gastando mente
Música para los reales fuegos artificiales
Nube cuántica de electrones
Hartazgo
Y este delirio
Impalpable como azúcar o coca
Te limpias luego con les rideaux egyptians
Los muertos de Caravaggio
Las calles meadas del Centro de Lima
La higuera pútrida del sonido
El pulular frente a las piras de fuego negro
Hermanitos de mierda
De esta mierda que resulta
Dasein
Y resulta Poesía
Crema de rocoto sobre su anticucho
Médula de la angustia
Colilla del mundo
Viejo estibador cuyos músculos no pueden cargar más
Y se sienta
A ver los carros la gente las nubes fluir
Perder por deporte
Estrellar aeroplanos contra una tormenta
De menta
Oír el chirriar de arañas de hielo
Bajando por la ventana
Recordar veranos en Zorritos en pleno invierno
humedal
Ludwig Saavedra Tarazona
1995/ Sobre la resaca del ser (fragmento)
El siglo v en el XX y las alucinaciones son innumerables. Las
palabras llueven como estrellas pálidas dentro de una taza de papel y Pienso.
Entonces. En las últimas palabras de los cadáveres que salieron anoche en la
tv. En la mirada de los perros con legaña del parque universitario. En la noche
desarticulándose en la inexplicable emoción de estar angustiado sobre los
cuerpos amargos a quienes lloro siempre los acordes de mi existencia. En la
moda de los países bajos y en las imágenes desnudas de los calendarios.
Pienso entonces en ellos. Mientras los cometas moribundos
recorren la línea de mis manos.
Y me dicen:
Pienso.
Entonces. Soy el sarcasmo del tiempo y sus silencios rodando como una multitud
de islas enfurecidas bajo el vientre de la noche.
Pienso.
Entonces. Soy la serenidad del tiempo y sus latidos rodando como partículas de
tristeza sobre el asfalto.
Pienso.
Entonces. Soy la brevedad del tiempo y su cabeza rodando como un trocito de
tierra hacia el crepúsculo de las escaleras.
Existo. Entonces. Pienso en mis amigos y en los humos que
aspiramos de aquellas plantas coloridas como una manifestación contra las aves
que duermen en los cables de luz. En la muerte como una flor roída que esconde
sus pétalos desde la vez que intentó reconciliarse con este siglo. En el
vientre incierto de la realidad. En la genealogía de las estrellas tatuada en
la frente de los árboles. En los anuncios publicitarios de un poema y en sus
luces parpadeantes (como un niño con cabeza de caballo tocando el saxo junto al
río antes de ser atravesado por una de las aristas del mundo). En el universo
derritiéndose a causa de los fumadores de crack (Siempre negaré que aquel
universo líquido y yo tengamos algún parecido).
Y
en todo caso. En la vez que me aferre desesperadamente a los ojos de E. y
cantamos No Surprises bajo el cielo y
sus nubes con tuberculosis. En 111111 y el roce de la luz con los sueños. En
777777 y el encanto deshojándose sobre una vieja casa abandonada en medio del
desierto. En esos días a eso de las 2:30 cuando M. reescribía los misterios de
Eleusis bajo el techo despintado de nuestro cuarto. Porque decía que toda
reescritura era también. Inevitablemente. Otra manera de cantar el mundo. Otra
manera de bailar el mundo. Otra manera de acariciar y de hacerle el amor al
mundo. Porque decía que toda reescritura era también. Un parque con niños
jugando en los columpios que sostienen el astro-rompecabezas. Un desabotonarnos
el alma mientras vamos penetrando en esa selva de arenas movedizas que es la
vida
Jorge Rengifo
Horses
mi amor es era todavía es un caballo que corre por el campo
El Señor me dijo: ‘deja eso’
luego: ‘aprisiona tu amor en una botella de Coca-Cola’
‘Señor, si aprisiono mi amor en un recipiente entonces no podrá correr por el campo’
El Señor acarició mi cabeza
mi amor quiere escribir una canción de Pink Floyd
pero también corre por los prados que son propiedad de El Señor
libre relincha respira resoplando sus narices como ¡BOMB! ¡BOMB!
un viento que se mece por la noche
‘Kev, tú eres demasiado joven para entender’
‘Ok Señor’
El Señor abrió las cortinas
fuera sus prados verdes eran prados hermosos
y El Señor con un pestañeo desapareció los prados y vi
mi corazón se rompió
por primera vez
en la vida
Kevin Castro
Poema para editarte
Once
años después te encontré en la misma calle
te
pregunté qué fue de tus sueños
tus
sueños que eran el dolor de aquella noche
cuando
ebrio cerraste los ojos
y
te echaste a correr por el centro / Tu sueño
comenzaba
en los paneles comerciales
proyectados
con violencia en la mirada de una niña
que
vendía frunas en la Av. Alf. Ugarte
tu
dolor proseguía en los muslos desnudos
de
las prostitutas que morían en pie de cara
al
crudo invierno
por
esas calles sicodélicas meadas
se
arrastraba pesado tu sueño / Tu dolor
que
era también el sueño y el circuito de la sangre
en
los hospitales y en el cuerpo
que
era el mismo sueño de un sinfín de piedras
bloqueando
las carreteras del sur
pero
nada interrumpía a tu sueño
que
en su camino equivocado al Sol
insistía
en tirarse por la ventana cada tarde
nada
lo interrumpía
ni
siquiera la voz de la muchacha
gritando
en la plaza Dos de Mayo que ella
era
la luz que iluminaba
ese
paisaje de muros calcinados
la
luz que prestaba su luz a los postes
y
hacía reverdecer los cables en los campos
en
medio de una cruel ola de accidentes
tú
perseguías a la muchacha que trazaba círculos
vacíos
triángulos perfectos
en
su depresión por La Colmena
seguías
su rastro de girasoles adulterados
hasta
el Parque Universitario
y
entonces tu sueño provenía del dolor
de
no entender cómo
cómo nadie puede verla / si aquella muchacha es la luz
que ilumina los pasajes
estrechos
por los que yo voy a ciegas
Eduardo Borjas Benites
LA HIJA DE ACUARIO
A Marlene Vega Chaparro
por la exuberante agitación de su existencia.
He de confesar que muchas aguas han caído
al vórtice de la ausencia ,
que las selvas han dejado la espesura
con la elegancia del silencio,
que he luchado contra la asfixia y el llanto
y me he vuelto
subversión
fruto de tu desierto
forma y fondo del
vendaval que te sanó,
por eso vuelve
con tu lava
y tu algarrobina
y tu herradura
porque aquí todo se desploma
incluso la añoranza por
la fuerza atávica del sol
y las intenciones de alivio
y el afán de los males
de aquel cielo encenizado que nos separó
cuando el numen calaba justo en mi pecho
el trópico que sería tu cáncer
así que ven y llénalo todo de un amor violento
e inunda, disecta, atraviesa como un sable
mi propia traza que adopta los efectos de las sombras
mi propia traza que adopta los efectos de las sombras
que llevan por bandera la bravura del corazón
Pero he de admitir que sufro
y que me avergüenzan mis sombras
porque no quedan lluvias ni arbustos en mi piel
y que febrero remembra la fiera azabache
que duerme en mis ojos y quema los sueños
que siento asco cuando hablan de temor
que siento asco cuando hablan de temor
y que me quema el
ansia de embestir hoy,
que surjo como el
falso espíritu de tu cuerpo
Lena Orduña
28 de marzo del
2015 - Cusco
El
discurso de la hormiga
I.
Venimos del
chaparral, y tú lo sabes. Al mirar de frente los ojos azules de Lía, esos
mismos que hace unas horas ella había pintando con un pincel frente al espejo
de su madre. Al corrige un par de líneas demasiado acentuadas en el iris
delicado de Lía. Ella agradece con su acostumbrada sonrisa, que es algo como un
niño balanceándose en un columpio rojo. Al sabe que no puede explicárselo de
otro modo, eso es su sonrisa. Eso es su sonrisa, y su iris es tan profundo que
el mar podría parecer una maqueta hecha a partir de todas las pestañas de Lía.
Todos en el pueblo ya lo saben. Todos en el pueblo saben lo hay que saberse en
un pueblo como el chaparral. Al temblaba ante los iris infinitos en los ojos de
Lía. Todo el universo cabía en esos iris. El viejo del sótano toma la antigua
máquina de coser y crea una lluvia para los habitantes del chaparral.
He aquí la
lluvia, les dice. He aquí la lluvia, mientras el granero de la señora Martínez
resiente todas las gotas de agua que caen como ángeles que tan solo saben decir
sus nombres. Todas las gotas de agua suenan distinto, ya había anotado el viejo
mientras pasaba el hilo velocísimo por entre las telas que componían los verdes
de los valles. Algunos pájaros del chaparral cantaban ya su oda a esas aguas. Y
Lía que se quejaba de sus pocos sentidos. Y Al que la miraba como quien mirara
el universo en una dama. En los ojos azules de una dama. (Todas las gotas de agua
suenan distinto).
La novedad era
grande, porque en el chaparral nunca antes se había visto el color azul. Un
viejo llamado Leonel había jurado alguna vez haber visto el color morado, pero
en cuanto el pueblo le empezó a hacer preguntas al respecto, él decidió
desdecirse y guardar o un gran secreto, o una gran mentira. Helo ahí, pensó Al,
el azul es el universo. Y la chica con los cabellos largos y encurvados pensó
en la sensación que causaría para sus nueve años. Entonces el viejo del sótano
dibujó el cielo con un poco de tiza. Y el cielo estaba hecho, y el cielo le era
bello. No está por demás decir que el cielo no existía antes. (Y no está por
demás decir que el antes del antes no existía tampoco).
Acaso una vez vi
el morado. Acaso fue en una mañana de invierno en que la nariz de María no
dejaba de olfatear el pan recién hecho de la panadería nueva, esa la de don
Alberto, que tenía una fachada blanca con una marca que nadie supo reconocer.
Habría que agregar que en el chaparral nadie sabía leer. Entonces los pájaros
enseñaban cursos de escuela a los niños, pero los niños nunca estuvieron
enteramente interesados.
Pero era cierto,
Leonel nunca había visto el color morado. Sí, sí, había visto por su viaje a la
comarca de lodo a un pájaro color violeta escabullirse rápidamente entre las
hojas. Pero, para ser sinceros, ese pájaro no era morado. Se le parecía, ya sé,
ya sé, me estaría repitiendo copiosamente, casi rozando el hartazgo, la vieja
Dominga. Pero lo cierto es que ese pájaro no era morado. Además el color de sus
ojos era harto parecido al que hacen las cascadas cuando caen así de pronto
contra el suelo.
El viejo del
sótano se cosió un pedacito de tela roja en el centro de su pecho, y dijo, aquí
está, aquí está. Nadie, claro, pudo entender ese gesto. Y de los valles recién
tejidos por la fría máquina comenzaron a descender los ríos. Y los ríos, acaso
no tenga que decirlo, tampoco sabían su nombre. Y no, no, señora Dominga,
tampoco habían visto el color morado.
(La leche era
una marejada quieta, como era de suponerse. Apenas la respiración de Lía que se
entrecruzaba con la de Mario y que, a su vez, era reenviada levemente por la
profunda exhalación ansiosa de Al, empujaba un poco la primera capa de la
leche, creando entonces pequeñas ondas que se movían tan mínimamente que nadie
hubiera apostado dos centavos a que la leche en verdad se estuviera moviendo.
Era la leche un animal dormido, y respiraba. La luz también hacía su parte en
aquel blanco movimiento, entraba como una cuchillada sobre la piel láctea de
ese animal tranquilo. No hay nada como ser acuchillado por la espalda, se decía
la leche. Y nadie, y me refiero a nadie, nunca cayó en cuenta de los sueños
perdidos del vaso de leche. Acaso Mario, todo lleno de pelo. Pero acaso Mario).
Tampoco nadie se
percató de las hormigas que cruzaban el techo de la casa de don Alberto, quien
si bien es cierto no era el mejor cocinero del mundo tampoco era el peor
cocinero, pensaba para sí. Era el chaparral un lugar que soñaban las hormigas
para darle sustento a su pequeño mundo. Verán, las caminatas eran largas, los
días duraban cien años, los troncos eran continentes. Entonces tenía que soñar
con la señora Dominga tan triste de la vida, y en tan secreto.
Es cierto que
las hormigas no eran buenas dibujantes, y también es cierto que el azul y el
morado eran colores con las que ellas nunca lograron soñar. Pero no podemos
dejar de lado que haber ideado el canto de los pájaros ya era bastante, y que
haber ideado los problemas existenciales de Leonel usando para ello tan solo un
poco de baba y tierra era ya una cosa de genios.
La media luna
era un dibujo de tiza, le dijo Al a Mario que identificaba con total precisión
al menos cuatrocientos tipos de gotas de agua con sus cuatrocientos diferentes
tipos de sonidos. Las tormentas eran un concierto para Mario, las nubes un
instrumento musical hecho por la boca de algún ser de aire. Todos los Marios de
la casa lo sabían, y esto es básicamente porque un Mario es igual a todos los
otros Marios. Habrá sus diferencias, me grita doña Dominga desde la ventana.
Habrá sus diferencias, le contesto.
Una hormiga de
color azul cruzó la frente del viejo del sótano que desde muy temprano en su
edad había aprendido a odiar la vida. Y así era, no le gustaba la vida al buen
viejo del sótano.
Miguel siguió
deshilándose hasta parecer un dibujo hecho de estropajo, un dibujo apenas
garabateado por un niño con las manos manchadas en tinta sobre la hoja. Y así
paseaba por el pueblo, y cuando el pueblo lo miraba lo miraba con pena, y
cuando el pueblo le decía buenos días le decía buenos días con pena, y cuando
el pueblo le decía buenas noches le decía buenas noches con pena. Hasta a la
luna le hubiese gustado ser ese vaso de leche para ser bebido por un hombre sin
dejar ya ninguna seña.
Todos odian a
quien odia la vida en chaparral, todos juzgan la vida como una cosa valiosa.
Hasta la roca del río del valle que no está viva juzga la vida como una cosa
valiosa. Yo también la juzgo valiosa, y me gusta, y es mi juicio mismo, y me
baño mirando las estrellas junto al arroyo.
David Meza
Don topo recuerda aguas cristalinas
Qué será la realidad
qué hay entre un poema y otro
o la desaparición nuestra de otros
sueños
Fuiste mi fascinante
estrella
mi desierto y la nieve de
las montañas.
Comienzo coloreando el caos
de mi mente
y pongo un tulipán en el
sol,
dentro de él un siglo de
nubes
como algas que se enmarañan
Miraré las sílabas alguna
vez diciendo no palabras
quitaré muchas partes a mi
vida
quitaré muchas partes a mi
cuerpo
para soltar mi cabeza y
doblarla en miles de folios,
haciéndome celeste,
haciéndome luz
es la celosía por donde
salen las alas
las ardientes llamas
e insectos que parecen
bosques,
encantadoras letras donde el
reino se fabula inconquistable,
y desborda lo entendible
como un órgano del que
brotan más ramas a este siglo
conversamos sólo tú y yo,
cielo, por los pastos subterráneos de Cosmos, y quisiéramos creerlo, que
conversamos con nosotros mismos,
un volver a comenzar esa conversación
con otras especies
Qué encontraremos en el
hielo de nuestros cerebros, derritiéndose
¿las febriles miniaturas que
abren sus ojos en el escenario de baile?
Señalamos los colores y las
ecuaciones, pero no lo sabemos
la correspondencia de la
inexactitud y la duda que se enfrenta con los signos,
sólo los libros tiemblan
explicándolo todo,
los muertos son luz muerta,
son la cuenta regresiva
que da al inicio un universo
y también las estrellas se
mueren dejando aquel humus brillante.
Sílices de un sueño en el
que lo múltiple atraviesa el agua cristalina
haciendo un pequeño pozo dentro
de una lengua
el sol y la luna nadan en un
eclipse sobre la boca de este tarro,
y como si estas garras
avanzaran por la cara oscura de tu rostro
penetro en tu cuerpo
invisible y miro adentro.
Los gamos encendidos
mientras bajan la montaña y las nubes que flirtean violetas, flores de galleta
que ahora muerdes, también vi que en tus oídos crecen astas jóvenes, azules y
luego púrpuras como marejadas brotando con sus ramas negras, trenzados
arrecifes cuando subes a mi caparazón y dejamos de movernos, atolón que es luna
en parpadeo.
Vi que íbamos a morir yo en
el agua y tú en el aire
Y alguien soltó una
carcajada y nos tocaron las yemas de millones de dedos,
son instrumentos tocándonos
en la noche, cuerdas, flautas
son notas musicales como el
cierzo entre los árboles borrachos,
o estamos concibiéndonos
ebrios en las esporas de una división divina.
Yaxkin Melchy
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